Paisajes sublimes que poseemos a diario en nuestro
transcurrir esos que nos acompañan siendo fieles compañeros y que aunque a
veces no los percibimos, siendo tan maravillosos los ignoramos, ellos fielmente
nos brinda su hermosura, su verdor en esos jardines desolados, su esperanza en
ese cielo despejado, su profundidad en ese mar azulado, su grandeza en montañas
que cortan el horizonte, nos acompañan de ida y vuelta al trabajo, mientras nos
quejamos del tráfico, mientras añoramos ese amor furtivo y esa mirada de
despedida desconocemos ese compañero verdadero que a poca distancia de nuestra
vista nos acompaña y brinda belleza para nuestras amarguras y tristezas, para nuestras
alegrías y emocione.
Cuantos atardeceres hemos dejado pasar frente nuestra mirada
sin reconocerlos siquiera darnos cuenta de que el sol se oculta y nos embriaga
ya la noche, cuantos amaneceres desperdiciados por preocupaciones que al final
del día serán resueltas, cuántas veladas matutinas de ajetreo y que áceres sin
contemplar lo bello de la vida, los árboles, las flores, el brillo del sol, y
esa sonrisa en una bella dama adornada por ese paisaje de fondo que como
cualquier artista nos ofrece una imagen para el recuerdo.
Comencemos a valorar nuestro entorno bello y delicado sin
seguir dañándonos los días con la rutina y aprovechando de gran manera nuestra energía
para disfrutar de lo bello de la vida.